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Escritor Argentino

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Notas de Joe Turner

Dal Masetto y Machado de Assis

El 3 de noviembre del año pasado -2015-, leí en la contratapa de un diario de Buenos Aires un cuento escrito por Antonio Dal Masetto, que acababa de fallecer el día anterior. El título "In God We Trust" y, como en el cuento -y en otro de Machado de Assis que éste me evocó- me vino a la memoria la parca y entrañable relación que tuve con Antonio. No recuerdo en qué momento junté el coraje para acercarme a él ni cómo logré contactarlo. Yo había terminado de leer Siempre es difícil volver a casa y, en la pelea entre centauros y lapitas librada en torno a cuál era -por aquellos años- el mejor escritor argentino, Antonio los podría arrear con las riendas a los otros dos en disputa, pero no es de eso que quería hablar. Recuerdo además que lo venía siguiendo por las notas que Antonio publicaba en El periodista, por eso ni bien acabé con Siempre es difícil volver a casa me puse a rastrear otros libros suyos y me devoré Siete de oro y Fuego a discreción. Recién después de esta liturgia me puse en campaña para contactarlo y nos encontramos en el bar El verde.

Como era de esperar empezamos hablando de Siempre es difícil volver a casa y yo le expuse mi primera impresión de la novela, yo leía -y hoy me parece obvia- una metáfora de las masacres de la última dictadura militar y el opio de los pueblos de un final de fútbol parecido a un final de básquet, en la plaza de Mayo repleta agradeciéndole a Videla por la goleada y, años después la plaza, también repleta, ahora vivando a Galtieri; Antonio me escuchó, se encogió de hombros y sacudió la cabeza, en un gesto tan ambiguo que no supe identificar si de aprobación o de discordancia. En todo caso fue un oráculo tan enigmático como el de una pitonisa. También tengo presente la pregunta naïf que -Homero dixit- "se quería escapar del cerco de mis dientes" hasta que se escapó nomás, ¿cómo hacía para escribir una columna todas las semanas?, ¿en qué Fuente Castalia bebía? Su respuesta fue aquella inolvidable sonrisa apaciguadora como un Dry Martini bien helado y con tres aceitunas en el anochecer de un día agitado, "es práctica, ya te vas a dar cuenta." Y ahora, mientras escribo estos recuerdos, no puedo dejar de pensar, a propósito de aquella sonrisa de Giocondo, en aquellos versos de Cervantes cuando nos cuenta del viaje de una caterva de poetas: Llegóse en fin a la Castalia Fuente / y en viéndola, infinitos se arrojaron / sedientos al cristal de su corriente. / Unos no solamente se hartaron, / sino que pies y otras cosas / algo más indecente se lavaron. Pero además, en aquella oportunidad, a propósito de su novela, me contó que tenía en mente la continuación, que sería algo así como la venganza del Conde de Montecristo.

Nuestra relación continuó espaciada pero fiel a lo largo de años, luego de aquel encuentro nos visitó un par de veces en la librería, luego dejamos de vernos y, de hecho, no nos hablamos durante mucho tiempo. Pero, si de algo puedo dar fe es que Antonio era tan memorioso como Funes. Dieciséis años después de nuestro primer encuentro recibí en la librería un paquete con un ejemplar de El bosque y una dedicatoria. "Para Danilo Albero, un fuerte abrazo. A. Dal Masetto"; se lo agradecí por teléfono y tuvimos una larga conversación. Nueve años más tarde el cálamo de Antonio se había vuelto ostensiblemente más locuaz, "Para Danilo Albero Vergara va un abrazo amistoso de Antonio Dal Masetto. 2010.", era la dedicatoria en la primera página de La Culpa; volvimos a tener otra charla por teléfono y la promesa de juntarnos que, como en los casos anteriores, no pasó de una promesa -y quizás los dos lo sabíamos al momento de colgar el teléfono.

En "O anel de Polícrates", Machado de Assis cuenta la historia de Xavier. Un día, Xavier ve, desde la ventana de su casa, pasar a un jinete cuyo caballo se encabrita, sin embargo, la habilidad ecuestre del desconocido se hace notar y el caballo retoma el paso. A partir de ese incidente, Xavier piensa en acuñar una sentencia "La vida es un caballo chúcaro" a la que acrecentó "El que no sea caballero, que lo parezca" y ve cómo articular las dos ideas para que se vuelva un dicho popular. Pero, a Xavier le sucede como a Polícrates quien, ante sucesivos golpes de infortunios quiso desprenderse de un anillo de sello, al que responsabilizaba de sus desgracias, y lo tiró al mar. Un pez se tragó el anillo y cayó en las redes de un pescador y de allí fue a la cocina del palacio de Polícrates, quien, a la hora de la cena se encontró con el anillo dentro del pez asado.

De la misma manera, a lo largo del relato de Machado de Assis, Xavier se va encontrando con su frase, aún sin elaborar, en discursos públicos, notas periodísticas y en un monólogo teatral. Algo semejante le ocurre a Antonio Dal Masetto en su cuento póstumo "In God We Trust", un billete de cien dólares vuelve a las manos de su dueño, luego de haber pasado por doce destinatarios diferentes. Veo sus libros alineados en mi biblioteca y pienso que nunca nos juntamos como nos prometimos en dos conversaciones telefónicas distanciadas por nueve años -a lo mejor porque sabíamos que no nos íbamos a juntar de nuevo-. Sin embargo, como en el cuento de Machado de Assis, el relato póstumo de Antonio y mis recuerdos de nuestra parca relación siguen su camino. Para volver a encontrarse y a encontrarse y a encontrarse.